Por: Roberto Morejón
Cuando le vimos
sentarse, poner sus valiosos y celosamente cuidados equipos sobre la tierra,
sacar el pomo de agua, recostarse a un árbol, beber desesperadamente y
preguntar cuanto faltaba, solo entonces nos dimos cuenta que la jornada había sido muy
agotadora.
Ramón no suele cansarse, ni tomar largos descanso y de ello
me percaté mucho más en el ascenso al Pico Turquino. Cada cosa le llamaba la
atención, el canto de un ave, una flor desconocida, la bifurcación de los caminos,
las piedras, la sonrisa de las pocas personas que encontrábamos en el sendero. Para
él era maravilloso poder disfrutar del paisaje, el aire puro de la Sierra
Maestra.
El guía nos miraba y reía. Comentaba que el recorrido entre Santo
Domingo y la Aguada de Joaquín, muchas personas lo hacen en tres horas o menos.
A nosotros nos tomó seis! Fotos y más fotos. Análisis de la luz, el ángulo para
fotografiar determinada rama, la seña para hacer silencio y poder “retratar” al
pájaro que canta. Cada cosa nos detenía y nos asombraba. Esa era nuestro
ascenso al Turquino.
Y Ramón disfrutaba del aire, del olor a humedad, del difícil
camino y la maleza, de nosotros los cubanos, del sol, de nuestra libertad. Y es
que para este hijo de Borinquen ,
Cuba no es algo ajeno. Ama esta tierra, su historia y su gente. Y este ascenso
sirvió para hermanarnos más, para hacernos ver que vivimos una historia en
común, que el enemigo es el mismo y las razones para seguir luchando son
compartidas.
Esa tarde noche
dormimos en la Aguada de Joaquín. Pero eso será en la próxima entrada de esta
serie sobre el ascenso al Pico Turquino.