Por Roberto Morejón Rodríguez
Terminamos el reportaje en la terminal de ómnibus de
Guanabo. Serían las doce y treinta del mediodía, en un verano cubano donde el
sol ha gozado derritiéndonos y dando unas sombras durísimas para las
fotografías. Justo en el momento en que recojo mis equipos, mis colegas
redactores me dicen “y ahora, a la playa a tirar las fotos del cierre del
verano!!”
“¿Es una broma?” pregunté. Ellos me miraron sorprendidos.
“Es una orientación, como veníamos a la zona de las Playas del Este se pensó en
hacer fotos de las últimas jornadas del verano.”
Respiré profundo. Y no quedaba de otra. Nos fuimos a la
playa. Confieso que iba algo contrariado. La hora del día, la proximidad del
curso escolar, la intensidad del sol, agosto. Todo me preocupaba.
Al llegar a la orilla todo se arregló. Un grupo de chicas se
dejó fotografiar sin hacer preguntas. Posaron, caminaron por la orilla,
jugaron. Otras muchachas que venían tomando unas piñas coladas se sumaron.
También querían fotos. Tres chiquillos que jugaban futbol reclamaron su parte y
por supuesto se dejaron fotografiar.
Por suerte todo salió bien. Hasta que justo cuando salíamos
hacia el carro, en los límites de las dunas, los chiflidos de uno de los
muchachos me hicieron voltear. El chico, rodeado de las mozas me gritó: Señor…y
para qué son las fotos?