Por Roberto Morejón
Hacia dos horas que habíamos llegado a la Aguada de Joaquín. Nuestra
hambre y sed saciadas, Ramón sufría viendo un juego de pelota entre Puerto Rico
y Cuba, en el único televisor que funciona gracias a los paneles solares
instalados, nuestro guía esperaba que se colara el aromático café, unos
turistas holandeses bromeaban y se tomaban fotos, mientras unos jóvenes cadetes
cantaban dentro del bohío habilitado para el descanso y yo jugaba a hacerles fotos a las nubes que juguetonas
atravesaban el campamento.
En medio de esta paz celestial (creo que estábamos más cerca
del cielo, por lo menos a una buena altura), vi aparecer por el camino, entrar
al descampado, mirar a los lados y continuar su paso sereno hasta detenerse muy
cerca de la cocina…a una mula!!
Uno de los cocineros vino y comenzó a coger la
carga que traía sobre sus lomos el noble animal. Yo no podía creer que la mula viniera sola desde Santo
Domingo con las provisiones. El cocinero debió notar mi asombro: “El arriero
viene atrás”, se limitó a decir y efectivamente, vi venir al campesino por el
camino, quien lentamente avanzaba fumándose una colilla de cigarro, arrastrando
a otro animal. “Le dije que viniera adelante”, me dijo y se sonrió. “Me paré a
orinar y como se conoce la ruta, siguió sola”.
Diariamente sube desde Santo Domingo hasta la Aguada de Joaquín una o dos
de estas mulas trayendo las provisiones necesarias para que funcione la base
ubicada a unos kilómetros del Pico Turquino. Y es esperada ansiosamente. Traen
no solo el arroz, galletas, especias, la sal, los frijoles y las carnes.
También son portadoras de cigarros, el anhelado café y hasta una o varias latas
de cervezas.
Con los años dedicados al fotoperiodismo he hecho el habito
de anotar los datos pero en aquella ocasión no lo hice y hoy lamento no
recordar el nombre del arriero. Era un personaje curioso. Parecía muy serio
pero era jaranero y muy abierto, un hombre rudo, de monte, pero familiar y con
un carácter afable. Al rato se nos sumó Ramón, que hasta se montó en una de las
mulas y nos hicimos fotos.
Fue un descanso provechoso. Me motivé con la conversación
con el arriero. Le hice algunas fotos y he impreso algunas con la esperanza de
volver algún día. Quizás antes de cumplir mis 45 años pueda volver a pisar las
tierras del Turquino y entregar estas fotos y otras que llevo en mi mochila.
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