Por: Madelín Ramírez Pérez
Dormíamos en una tienda de campaña a pocos centímetros
del río, pero no nos despertó el murmullo del agua, ni el canto de las aves, ni
el ruido de las ramas movidas por el viento.
Nos despertó una noticia que nos costó mucho entender.
"Murió Fidel".
Hasta aquel rincón del lecho del río Santa Cruz, en la
Sierra de Rosario, donde mágicamente tuvimos cobertura por unos minutos, llegó
el mensaje con la noticia que no queríamos creer.
Unos minutos sin palabras en los que nadie se atrevió a
hablar y luego la decisión de seguir adelante esta vez no como excursionistas
que deciden compartir la aventura sino como homenaje al líder de la Revolución
Cubana.
Los próximos kilómetros fueron tristes. Nos costó levantar
el ánimo a la tropa que marchaba en silencio entre las rocas, bordeando el agua
intermitente de un río que caprichosamente se sumerge o brota.
La accidentada topografía del Cañón del Río Santa Cruz
acogió alguna vez a esclavos fugitivos. Sus paredes son murallas naturales en
las que se refugiaron los cimarrones.
A lo largo del camino nos reciben las palmas que desafían
el espacio en busca de luz, imagen simbólica de ese tributo insospechado.
El agotamiento físico, el esfuerzo adicional, la belleza
de la vida que brota, fluye, vuela, todo parecía tener nuevo significado
convertido en “un homenaje singular a Fidel”.
(Fotos Roberto Morejon)
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